Cuerpo Lúteo

Es en el útero que se cocina la rabia,
las entrañas se descaman la piel
hierve el Svadhisthana
y borbotea inventos nocivos para filtrar el odio.

Cada segundo se hincha en el abdomen,
arden las hormonas,
el mundo se coagula por dentro
y me visto de sangre incolora.

Ser mujer es ser protuberancia
en esta masa homogénea
que permanece plana ante el desdoblamiento de dolerse.

Ser mujer es la condición de fracturarse
cada vértebra
sin permiso al luto,
sin garantía de volverse a hilvanar.

Desde aquel mordisco a la manzana
estamos condenadas a sufrir.
Marcadas con hierro vivo en la frente.
Un 666 que nos persigue a todos los intentos de ser libres…

Y cuando queremos gritar, se nos silencia.
Y cuando nos negamos a ser fábrica, se nos critica.
Y cuando poseemos las tijeras para cortar los hilos de marionetas, se nos mata.

Ser mujer es un morir frecuente.
A veces cada 28 días,
a veces nueve meses,
a veces doce horas,
pero siempre en manos patriarcales.

En la pirámide social estamos con los carbohidratos
aunque se nos trate como carnes.
Nos usan, nos comen, nos pican, nos asan.
Supuestas a tener una mente cruda,
carentes de su fuego.

Valemos en nuestro rol de malabaristas del reloj,
proletarias del espacio doméstico.
Valemos cuando se nos olvida
quiénes éramos antes de encarnar el papel.
Valemos cuando estamos en guerra con nosotras mismas, porque así lo quiere el patriarcado:
mantenernos entretenidas en el chisme
en la vanidad
en la competencia
y en cuatro, como a ellos les gusta
para meternos el resto de sus ideologías
y levantar los dos bíceps cada vez que nos manchan con su leche sagrada.

Ser mujer es desear ser lesbiana todos los días.
Es ocuparte de despatriarcalizar las emociones
porque si no cuestionas esos miedos,
pecas de siempre ser costilla,
bastón,
mascota.

Educadas para el aguante,
destinadas a sufrir,
acostumbradas a esperar por el príncipe azul
que nos lleve al camino del éxito
sin asumir que tenemos todas las herramientas
para construir senderos con nuestras propias manos.

Es en el útero de nuestras niñas que penetran sus traumas.
Dentro de nuestros cuerpos almacenes,
desembocan su falta de compromiso y sus debilidades
para salir a comandar con casco y rodilleras,
protegiéndose entre ellos,
mientras nosotras obedecemos a sus órdenes.

Es en el útero que se contabiliza el tiempo.
Donde se hornea la vida
para dar de comer a la muerte.

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Luteal Body

It is in the womb where rage is brewed,
the guts shed their skin,
Svadhisthana boils,
bubbling toxic inventions to strain out hatred.

Each second swells within the abdomen,
hormones burn,
the world clots inside me,
and I dress myself in colorless blood.

To be a woman is to be a protrusion
in this homogeneous mass
that remains flat in the face of unfolding pain.

To be a woman is to live in the condition of breaking—
every backbone,
without permission to grieve,
without a promise of ever being stitched back together.

Since that bite of the apple,
we have been condemned to suffer,
branded with searing iron on our foreheads,
a “666” that chases us at every attempt to be free...

And when we try to scream, we are silenced.
And when we refuse to be factories, we are criticized.
And when we hold the scissors to cut the strings of puppetry, we are killed.

To be a woman is to die often.
Sometimes every 28 days.
Sometimes every nine months.
Sometimes every twelve hours.
But always at the hands of the patriarchy.

In the social pyramid, we are placed with carbohydrates,
though we are treated like meat.
They use us, eat us, carve us, roast us.
Expected to keep a raw mind,
deprived of its fire.

We are valued for our role as clockwork jugglers,
laborers of the domestic space.
We are valued when we forget
who we were before we embody the role.
We are valued when we are at war with ourselves,
because that’s what the patriarchy wants:
to keep us busy with gossip,
vanity,
competition,
on doggy style—just how they like it—
so they can stuff the rest of their ideologies into us and flex their
biceps every time they stain us with their sacred milk.

To be a woman is to wish to be a lesbian every day.
It is to commit to de-patriarchalizing emotions,
because if you don’t question those fears,
you’re guilty of always being a rib,
a crutch,
a pet.

We are taught to endure,
destined to suffer,
trained to wait for a prince charming
who will lead us down the path to success—
without realizing that we have all the tools
to forge that path ourselves.

It is in the wombs of our girls where their traumas penetrate.
Within our storage-room bodies,
they unload their lack of commitment and their weaknesses
so they can march out, helmeted and armored,
protecting each other,
while we obey their commands. 

It is in the womb where time is measured,
where life is baked,
only to feed death.